
Por Barbarella D´Acevedo
1.
El día en que las naves extraterrestres gravitaron sobre La Habana hubo que reunir a toda prisa a los miembros de la Sociedad Ufológica de la Ciudad. El conclave se realizó al amanecer, a manera de operación encubierta en una habitación del Hotel Telégrafo. Alrededor de un corazón de pétalos de rosa, sobre la cama Luis XV de la suite matrimonial, se instalaron, con sobrios trajes negros, los principales jefes de la asociación. Mientras, en torno a una mesa cercana, varios técnicos realizaban sus cálculos.
—Todavía nadie sospecha —dijo el Especialista de Información—. Para conseguir operar en paz hemos logrado que los medios transmitan una noticia edulcorada: “Una productora millonaria que insiste en no revelar su nombre aún, como estrategia de marketing filmará en la ciudad una película sobre marcianos”.
El Supremo Presidente permaneció taciturno.
“Edulcorada, como la mayoría de las noticias. Y la gente cree eso”, pensó Klaus, pero se mantuvo en silencio. Klaus era un astronauta, en plena crisis de los cuarenta. Hacía unos cuantos años, al inicio de los viajes turísticos a los asteroides cercanos de la Galaxia tuvo la oportunidad de estudiar en los mejores centros mundiales. Pero al final se le había descubierto una lesión pulmonar, de insignificancia para su vida en la Tierra, aunque capaz de impedirle una carrera espacial. No era miembro oficial de la Sociedad Ufológica de la Ciudad, pero le hacían llamar porque resultaba uno de los mejores en su oficio, con gran desempeño en el plano teórico. Y él asistía a la cita por una mera cuestión de ego.
—Lo que interesa es si ya han hecho contacto —subrayó Elisa, la única fémina del grupo. Llevaba un vestido negro que permitía apreciar su incipiente embarazo y el pelo corto y rojo. Elisa, una experimentada científica con una tesis en exobiología donde especulaba sobre diferentes razas extraterrestres en diversos ecosistemas, hacía escasos meses se había inseminado a sí misma, dispuesta a convertirse en madre soltera ahora que entre las mujeres resultaba común el pensamiento de que los hombres no servían para mucho. Tampoco era, como la mayoría de los presentes, miembro de la Sociedad, si bien sus estudios la habían hecho contactar con esta en más de una ocasión.
El Asesor para la Defensa Cívica aclaró:
—El único contacto que procuraron fue a través de dos plagas de comestibles. Ambas precedieron a su llegada. Primero cayeron del cielo mariscos: camarones y langostas.
—Así que mariscos. Qué delicatesen —rió Klaus por lo bajo mientras el otro prosiguió:
—Después fue lo de los panes. La gente comenzó a decir que eran maná. Por supuesto tratamos de retirarlos lo antes posible pues desconocíamos su procedencia, y su impacto. Nos preocupa el bien del pueblo… Además quisimos evitar que el tema se nos saliera de las manos, o se iniciara un movimiento religioso a consecuencia del milagro, cualquier hecho que pusiera en peligro el enfoque científico del evento, pues eso es lo que atiende nuestra Asociación, señores, ciencia y no fe, supercherías de esas. No en balde es la primera de su tipo en el país y vanguardia nacional.
—Por supuesto —sonrió Klaus con una mueca irónica.
—Los camarones no tenían nada y el pan era pan —intervino Elisa—. Con alteraciones genéticas, lo cual es usual hoy en día. Se le hacen estudios a la proteína que portan, pero…
—Señores. No realizamos esta reunión para hablar de avances científicos. Tres naves gravitan en la Habana. Sobre el Morro, al final del Prado y encima del Capitolio —se llevó las manos a la cabeza el Supremo Presidente. Era un hombre maduro, pero no en exceso. Tenía el hábito de una vida de paz y en estos días se le veía mustio, a razón de la agitación presente.
—Perdón, señor, la del Prado, según las mediciones de los técnicos, parece que inicia un descenso —dijo el Asesor para la Defensa Cívica y le alargó el plano que obtuvo de los técnicos en la mesa cercana.
—Déjeme ver —retiró Elisa el legajo de papeles de manos del Presidente.
—Y la niebla. Es ese otro factor —añadió este con cansancio al tiempo que señaló a una ventana.
—No es climática —aseveró el Técnico en Meteorología—. Las condiciones de humedad no son propicias para su desarrollo.
—Me notifican que hace unos minutos se escucharon resonancias similares a explosiones en la Bahía de La Habana. Aunque no se pudo percibir una finalidad —dijo el Especialista de Información.
— ¡Una invasión extraterrestre! ¡De eso se trata! —Exclamó el Supremo Presidente y señaló a Klaus y Elisa con una mano blanca y temblorosa—. Ahí es donde ustedes dos entrarían a jugar un papel vital.
—Son los únicos con la conveniente especialización para tomar parte en el caso y averiguar qué quieren, o si puede evitarse un desastre. Y si el diálogo no resulta, tendrán que intentar librarse de ellos —añadió el Asesor para la Defensa Cívica.
Elisa sonrió y golpeó sutilmente con su codo a Klaus en un costado:
—Así que para eso estamos aquí.
—Por supuesto —replicó Klaus con sorna—. Nos mandan al ruedo, y hemos de estar felices de servir para algo al fin. Quizá hasta lograremos sobrevivir, y tendremos una historia para no olvidar. Es un honor. ¿Cierto?
—Sin dudas es una oportunidad para no desperdiciar. Y entraremos en contacto con sus tecnologías. Aunque debemos prepararnos por si el asunto se pone feo en verdad —replicó ella, sin hacerle apenas caso.
—A lo mejor no es tan grave y hasta logran convencerlos de abrir un centro turístico en la ciudad. Se podría inaugurar el hotel El Platillo, o un complejo hotelero. Un resort modernísimo —aplaudió uno de los técnicos de más capital, que hasta entonces se mantuviera en silencio.
—Esta va a ser la Misión Habana —aseveró el Asesor para la Defensa Cívica.
—Una pulp mission —dejó escapar Klaus, mientras pensaba:
“Una pulp mission con ingredientes de sobra para cocinarse mal. Y como soy hombre debo asumir mi rol, con valentía y evitar que otros sientan el hedor que sube de mis pantalones”.
—Señores, sin lugar a dudas nos enfrentamos al peor evento de la historia de la nación. Pero ustedes al final han de recibir medallas y condecoraciones. Serán nuestros libertadores —insistió letárgico el Supremo Presidente y su mirada se perdió en la niebla que parecía crecer en el exterior.
2.
El viaje hasta el final de Prado debía ser de apenas unos minutos. Sin embargo, se demoró al menos media hora debido a que avanzaban con lentitud a consecuencia de la niebla. Una especie de velo gris se extendía por todas partes y provocaba que los ojos ardieran, aunque carecía de olor. Con el fin de llamar lo menos posible la atención Elisa y Klaus iban en un automóvil de colección, descapotable, que en esta misión resultaba ridículo.
La mujer llevaba sobre la saya una especie de perro metálico que debía funcionar como aparato de grabación si lograban penetrar al interior de la nave. Se lo había cedido el Especialista de Información, con la alarma de que lo cuidaran por encima de sus vidas.
—Se llama Totó —le dijo Elisa a Klaus, para añadir al rato—. Nos arrojan a las fauces de los leones, pero no vamos mal dispuestos. Ten ánimos…
Y esas palabras sacaron a Klaus de su ensimismamiento:
—Esperemos que al final elaboren una estrategia de seguridad que en verdad valga la pena. Porque si no corremos el riesgo de fracasar —dijo.
—Sí. Es cierto. Tú eres un seudocosmonauta. Y yo, solo una bióloga de laboratorio, que jamás ha visto un extraterrestre de verdad, aunque me muero de ganas de conocer uno, y tener al menos tal instante de gloria —soltó Elisa una carcajada.
Al llegar a su destino lograron con esfuerzo vislumbrar la nave. Se trataba de un platillo espacial enorme que levitaba a unos cinco metros del piso.
— ¿Y ahora? ¿Cómo se supone que tocaremos a esa puerta? —interrogó Elisa y señaló a las alturas.
Pero no tuvieron que preocuparse apenas por aquello. En breve, el platillo que hasta entonces se intuía de metal se hizo flexible. Pareció abrirse, similar a una enorme boca de carne, para dejar salir una rampa que se desenrolló ante sus ojos como la lengua de un reptil.
Allá sobre el malecón era posible percibir unos extraños relámpagos.
3.
Luego de darse cuenta de que nadie bajaría a recibirlos decidieron iniciar el ascenso hacia la nave. Klaus le brindó un brazo como apoyo a Elisa pero ella fingió no notarlo. Totó los siguió mientras meneaba su cola de metal. Klaus todavía buscó asir a la mujer antes de entrar. Y le susurró:
—A lo mejor el tema sale mejor si fingimos ser una familia. Mamá, papá, nené en la barriga y hasta mascota.
—Con solo ver las naves uno nota que se trata de seres de alto desarrollo, y no han de darle importancia a un tópico que en la Tierra ya se vino a olvidar: la familia. Además, va a ser mejor mostrarles respeto…
Elisa no pudo completar la frase. De pronto se vieron los tres envueltos en una bruma tan profunda que ni siquiera les permitía ver sus manos.
“Ahora podrían matarnos y no nos íbamos a dar cuenta”, pensó Klaus.
Solo tras unos segundos que resultaron larguísimos, una luz que procedía de varios ángulos a la par, desdibujó la niebla y permitió la visibilidad total de los cuerpos.
Una multitud de mujeres en ropajes grises idénticos mantuvieron todavía el silencio frente a Klaus y Elisa. En conjunto podían resultar atractivas, de pechos voluminosos y caderas curvas, sin embargo, sus cabezas, rapadas o calvas, resultaban desproporcionadas para la escala humana.
—Somos los Tanit, del planeta T—dijo en un español con acento una de ellas y su traje brilló con un artificial fulgor de plata—. Ustedes están ahora en nuestra nave.
“Y tu Nave, está en nuestra ciudad”, pensó Klaus, “si no estuviera, nos podríamos ahorrar cualquier absurdo protocolo”.
El Tanit que hasta ahora parecía liderar lo miró con irritación, y Klaus sospechó que tal vez podían hasta entender los pensamientos.
—Venimos como emisarios de la Paz y en nombre de la Ciencia —apuró.
— ¿Los Tanit o las Tanit? —indagó Elisa.
—No comprendo —respondió el jefe del platillo.
—Sí. ¿Cuál es el género de su especie? —insistió Elisa.
—Ah. Eso, claro… El género no es de interés en nuestro planeta. Por demás podemos realizar ajustes en nuestros organismos para presentarnos ante nuevas comunidades. De ahí que tengamos ahora este aspecto, e incluso podamos replicar el idioma de ustedes.
—Interesante, sin dudas. Mi nombre es Elisa. Él es Klaus. El perro se llama Totó. No tenemos parentesco. Pero seremos responsables de las negociaciones. Al menos, eso nos encomendaron.
—Oh. Los humanos tienen la rara costumbre de nombrar. Aunque de verdad no haga falta. Para evitarles confusiones pueden llamarme Milus. Aunque les aclaro que todos aquí conformamos un solo cuerpo, integramos una misma alma colectiva. Somos indivisos.
“Vaya, una comuna hippie extraterrestre”, pensó Klaus en el olvido de que podían penetrar sus ideas.
—Queremos saber cuáles son sus planes en La Habana— espetó Elisa directa.
Y los Tanit comenzaron a proferir unas resonancias que en cierta medida recordaban risas.
—Tal vez no nos interese decirles. No nos preocupan los humanos, ni los necesitamos. Tenemos el poder para hacer lo que nos venga en ganas —añadió Milus con expresión colérica, aunque luego dijo sin exhibir un ápice de ira—: Pero de todas formas, ya que están aquí, los invitaremos a conocer la nave. Será como abrirles una ventana a nuestro mundo.
—Pero…—intentó insistir Elisa. Y Klaus le susurró al oído:
—Sé que no le harás caso a ningún hombre, pero créeme si te digo que no es momento de reclamar. Recuerda que en el mejor de los casos solo somos una presa para ellos, pues nos ofrecemos a bajo costo.
Elisa entonces calló.
4.
Entretanto los Tanit los hicieron adentrarse en las habitaciones de la nave, las cuales tenían en efecto un tono de conjunto hotelero, que podría haberle sido de interés al técnico capitalista de la Sociedad Ufológica. Había salones holográficos con efectivas imágenes que daban la sensación de poder acceder a extraños planetas de infinitas dunas. También un casino con billar, y mesas de apuestas. Y en pequeños acuarios de aguas rosadas se agitaban pequeñas y multicolores criaturas acuáticas, especímenes de otros mundos.
Sin saber apenas como, Klaus se percató, a mitad del paseo, de que Elisa y Totó ya no estaban junto a él. Terminó entonces implicado en una pulseada con uno de esos Tanit, en cierta medida, muy similares a lujuriosas mujeres terrícolas.
“La primera vez con una oportunidad como esta, adentro de una nave de otro mundo y ni siquiera me inquieto por su funcionamiento astronáutico. Tal vez es el aire. O la niebla contiene químicos que me borran las ideas y ya lo único que me intriga es cuánto estas tienen bajo sus túnicas”, se dijo.
Perdió tres de cinco veces. Y el Tanit frente a él lo besó en la boca como castigo. Klaus ni se percató de que aquel ser parecía obligarlo a tragar la saliva espesa y con cierto sabor a menta y clavo de olor, que le salía de la boca.
“¿Hombre o mujer?” se interrogó Klaus. “Pero no importa, a fin de cuenta son un alma colectiva. ¿Qué dirían los jefes? Esos, a los que poco les importa el riesgo que corremos en este paraíso de delicias. Sin embargo, he de agradecerles por ayudarme a superar la bendita crisis de los cuarenta”.
Apenas si Klaus se asombró cuando su mano fue extendida sobre la mesa y los extraterrestres procedieron a amputarle un dedo. No alcanzó a sentir dolor, pues percibía su brazo como si no fuera suyo, sino de otro más. El acto aconteció sin que se derramara apenas sangre.
—Resistirse es inútil —le susurraron entre risas, mientras lo acariciaban para hacerle el amor. Y él sintió que era verdad, de poco valdría oponerse, pero no tuvo miedo y se dejó conducir al éxtasis, entre cuerpos orgiásticos, plenos de voluptuosidad.
“Me deben haber drogado” se dijo, en el instante que por fin lo dejaron en paz. Y apenas logró mantenerse en pie para trasladarse a otra habitación. Ya en el gabinete de navegación, en medio de múltiples computadores, se recriminó:
“Parece mentira que tenga entrenamiento espacial, que sea un astronauta prominente, el mejor del Caribe, aún con mis fracasos. Al final soy como cualquiera y me dejo llevar por las pasiones”.
Escupió varias veces en un intento de deshacerse del sabor a menta que le resultaba anestésico. Luego consiguió vomitar. Y solo entonces percibió una especie de punzada leve en la mano izquierda. Notó que ahora carecía de anular, aunque ni siquiera le quedaban huellas visibles de la amputación.
“Ya nunca podré llevar anillo” se dijo. “O casarme”.
Klaus se ocupó entonces en descifrar el ordenador central y logró así enterarse de que los Tanit tenían también su “Habana mission”. Las tres naves, ahora en la ciudad, eran de naturaleza exploratoria y poseían el fin de compilar material habanero biológico, social, técnico y arquitectónico con el objetivo de descubrir puntos vulnerables de entrada al planeta Tierra, pues Cuba seguía siendo, también para ellos, la Llave del Golfo. En un próximo viaje, con la asistencia de los datos compilados, procederían a la invasión total.
Unos gritos lo hicieron salir de sus reflexiones y recordar a sus compañeros. Corrió en ayuda de Elisa para percatarse de que ella se encontraba en una habitación próxima, tendida, apenas en ropa interior, en lo que sin dudas era una cama extraterrestre. Su compañera reía eufórica, mientras dos de esos entes de cabezas enormes discutían cerca, en una lengua extraña, y proferían un sonido semejante al rugir de un animal.
Klaus acudió para socorrer a Elisa pero ella no parecía percatarse de cuanto sucedía a su alrededor. Los Tanit huyeron al verlo.
—Estás drogada. Como yo antes —dijo él.
—Tuve sexo alienígena —rió Elisa.
Y Klaus pensó: “Ahora si tienen estos, material biológico, y social, de sobra para cualquier invento que se les ocurra”.
Sacudió a la bióloga y la obligó a escupir la saliva azul que le llenaba la boca, aunque no consiguió hacerla vomitar. Luego la obligó a vestirse. Ella logró reaccionar para decirle sin apenas pudor:
—Son unas diablas, o diablos. No estoy segura. Pero saben hacer las cosas bien.
Klaus consiguió hacerle entender a grandes rasgos lo que se proponían los Tanit:
—Tenemos que buscar a Totó —replicó ella.
—O mejor, salir de aquí —añadió él.
Y avanzaron en el laberinto que era la nave sin saber dónde encontrar al animal robótico ni como escapar. Fue Milus quien junto a sus siervas los encontró.
—¿Me buscaban? —interrogó—. ¿O era a su perro a quien pretendían hallar?
Klaus y Elisa vieron que una de las Tanit sostenía por la cola los restos de quien antes fuera Totó. Solo quedaba en sus manos un caparazón de metal sin extremidades.
—Disculpen. En mi planeta somos así. Nos interesa saber cómo funciona todo. Y eso es algo que ya pudieron notar —dijo en la medida que pretendía cercar a ambos con caricias.
Klaus se percató de que, si se daba tiempo para pensar, o trazar un plan, no se salvarían. Además, esos seres podían leerle la mente. Así que actuó en un instante de valor, inesperado incluso para él. Y aunque escuchó a Elisa que intentaba detenerlo con un grito, se arrojó sobre Milus. A fin de cuentas, podía someter sin gran esfuerzo a aquel extraterrestre, en especial si se encontraba como ahora, contenido en un cuerpo de una mujer. Sus vasallas rugieron de miedo. El Tanit luchó por zafarse sin éxitos. En su condición de rehén terminó por rogarle a los suyos que cedieran a las exigencias del hombre. Klaus ordenó con una voz ronca:
—Queremos salir de aquí.
Sintió que se abría el piso de la nave y Milus logró zafarse de su abrazo. Klaus y Elisa cayeron desde lo alto al pavimento.
“Es el fin”, pensaron ambos. Pero apenas si se hicieron daño. Elisa, por instinto, protegió su vientre con los brazos en el violento descenso. Solo recibió en el impacto unos rasguños, aunque su ropa quedó casi destrozada. A Klaus le dolía una pierna y estaba seguro de haberse quebrado un hueso. Pero eso no les importó cuando sintieron fulgurar sobre ellos el platillo y pudieron ver como se alejaba. Se detuvo sobre la entrada de la Bahía hasta que se le unieron otros dos en formación piramidal.
—El del Capitolio y el del Morro —susurró Klaus.
Las naves dispararon luces que no alcanzaban a producir ruido en la atmósfera terrestre. El mar se estremeció en fuertes sacudidas que amenazaron con convertirse en maremoto. Klaus y Elisa temieron por el destino de la ciudad. Entonces ella dijo:
—Pero esto no se queda así —y apretó una especie de mando a distancia que hasta ahora mantenía oculto en la mano apretada.
Los platillos fulguraron en el cielo, para luego desaparecer en una explosión insonora.
—¿Qué hiciste? —la interrogó Klaus.
—El perro era el plan B, para que se fueran al quinto infierno. Te garantizo que tenía una bomba. Después de todo, la Sociedad Ufológica resulta eficiente, única en su tipo y vanguardia nacional. Y la misión pulp, como tú la llamaste, va acabar con éxito —comenzó a reírse histérica.
La niebla, para entonces difusa, terminó de despejarse. Y la tarde exhibió sus usuales matices.
Elisa ayudó a Klaus a sentarse en el borde de la calle, en el piso. Pero de algún lado salió un hombre en traje de inspector para advertirles que estaba prohibido estacionarse allí. Así que ella tuvo que ofrecerle el apoyo de su hombro.
—¿Sabes? Si no fueras hombre, hasta me caerías bien. Haríamos buen par en la caza de extraterrestres, de propiciarse otra oportunidad como esta —le susurró al oído.
Y así, muy despacio, comenzaron a alejarse.
Barbarella D´Acevedo (La Habana, 1985). Escritora, profesora, editora y teatróloga, graduada del ISA y del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Ha obtenido múltiples galardones, entre ellos: V Premio Internacional de Poesía Juan Ramón Jiménez de Coral Gables (2024), Premio en el Campeonato Internacional de Literatura Creativa desde La Habana (2024), Premio Palindromus (2023), Premio de la Ciudad de Holguín en Narrativa (2022), Hermanos Loynaz en Literatura infantil (2021), XIX Certamen de Poesía Paco Mollá 2020 (España), La Gaveta (2020), Bustos Domecq (2020), y Beca de creación El reino de este mundo por el disco de poesía Discurso de Eva (PM records). Ha publicado entre otros: Músicos Ambulantes (2021), El triunfo de Eros (2022) y Blanco y azul (2022) Basilio y el deseo (2022), Érebo (2022), Nada temas, la vida te sonríe (Revista La Gaveta, 2022), El triunfo de Eros (2022), Habana pulp mission (2022), Los sufrimientos del joven Bela (2022), Marea roja (2022), Tren para Salinger (2022), La casa, el mundo y el desierto ( 2023), y Marea roja (2024).

