Por Aníbal Hernández Medina
La literatura dominicana de motivo indígena se ha movido tradicionalmente entre dos polos. El primero de carácter histórico. El segundo, de tono fantástico, dedicado a la creación especulativa a partir de los mitos taínos (con un cierto número de obras que se limitan a solo llevar a la forma literaria la tradición oral de origen precolombino). En tanto a la vertiente social y reivindicativa del indigenismo latinoamericano, presente durante las primeras décadas del siglo veinte, nunca se desarrollaría su representación nacional por la no supervivencia de la población originaria. Ahora bien, el cultivo de este binomio en sus primeras décadas, marcado por el romanticismo decimonónico en que surge, tiene como objeto apelar al fervor nacional, a través de la remembranza taína. Busca en la era precolombina a los primeros dominicanos siglos antes que hubiese República Dominicana. Esto se debe a las guerras patrias en que la joven nación criolla necesitaba una identidad aglutinadora y diferenciadora, al inicio contra Haití; luego, y principalmente, contra España. Con los haitianos resultó fácil, diferencias de lengua y religión debidas a una metrópolis francesa. Mientras tanto, contra la Corona española era más complicado. El mismo idioma, misma fe católica mayoritaria, sincrética o no, y el apego a la metrópolis hispánica por parte de las élites sociales y económicas. Entonces, ¿cómo construir el discurso nacional y su propaganda de guerra contra la «madre patria»? Los indianistas fueron la respuesta.
La premisa consistía en identificar al pueblo dominicano y su lucha contra la invasión española, patrocinada por los criollos hispanófilos, con los pueblos precolombinos oprimidos por el mismo imperio trescientos años antes. Es decir, enlazar a los primeros marrones con los nuevos, la población mayoritariamente afrodescendiente, que enfrentaban al marqués de las Carreras y aliados. Obras como Iguaniona (1867) y Escenas aborígenes (1872), de Javier Ángulo Guridi; Anacaona de Salome Ureña; Ozema o la virgen indiana (1867), de Félix María del Monte; Fantasías Indígenas (1877), de José Joaquín Pérez; o la emblemática novela Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván, publicada entre 1879 y 1882, buscaban la exaltación del taíno y la representación de sus penurias generadas por la invasión extranjera que al final lo llevarían a su exterminio. En esencia, la idealización (y simplificación) del héroe indio para la creación del mito nacional.
Aunque de entre estas grandes piezas de «taínismo» dominicano se omite una en especial. Una que no se suele registrar dentro de la tradición indigenista en la literatura dominicana, pero que sería una de las iniciadoras de lo especulativo nacional: «La ciguapa» (1866), de Javier Ángulo Guridi. Cuento de terror fantástico que nos narra las penurias de un joven campesino al perder su prometida frente a un macho de estas creaturas que habitan los bosques de la isla. Las ciguapas (y ciguapos), provenientes de la tradición oral de origen arahuca, pertenecen a la familia de personajes de pies invertidos presentes en la América indígena como el curupira o el padremonte. La religión taína continúa representada en la literatura dominicana, esencialmente como escenario de la literatura fantástica en su vertiente infantil. Nos referimos a títulos como «La eracra de oro» (1948), de Virginia de Peña de Bordas; De dónde vino la gente (1978), de Marcio Veloz Maggiolo; o de La ciguapa encantada por la Luna (2016), de Avelino Stanley.
Pero ¿dónde queda la ciencia ficción dominicana?
A diferencia de otros países, la República Dominicana no tuvo una etapa precursora de fantaciencia, el camino híbrido entre la ciencia ficción y la fantasía dominado por tecnologías cuasimágicas o viajes fantásticos. Lo más cercano sería lo que consideramos en la escena local como la primera pieza de ciencia ficción dominicana: «Los últimos monstruos» (1941), de Juan Bosch. Este versa sobre los aparentes días finales de la humanidad en una Tierra dominada por una especie de creaturas kaiju. En esta ucronía, los pocos humanos sobrevivientes atestiguan la batalla final entre los titanes que, en una danza de mutua destrucción, perecen, dándole a la raza humana la oportunidad de subsistir y convertirse en la especie dominante. «Los últimos monstruos» es publicado en Cuba. Bosch, como muchos otros intelectuales, vive en el exilio debido al trujillato. No es hasta 1964 que se publica en República Dominicana, casi tres años después de la caída del régimen.
Con la desaparición del dictador, la sociedad dominicana inicia un accidentado proceso de cambios que marcan los sesenta, tiempo de revolución y resistencia frente a una nueva dictadura impuesta por los marines estadounidenses. En este contexto, el arte y la literatura se convierten en pieza central para la juventud criolla. Por igual, la mayoría de la población se vuelve urbana, el campo (y su tradición oral), como motivo principal de la narrativa nacional, pierde protagonismo. La ciudad, las ciencias sociales y la situación política nacional e internacional lo sustituyen. Una nueva generación de escritores emerge y, con ellos, la ciencia ficción dominicana. Diferentes grupos culturales dominan la vanguardia artística, uno de sus más activos, La Máscara, organiza el Concurso de Cuentos del Movimiento Cultural La Máscara(1966-1971). En su edición de 1968, Efraín Castillo obtiene el tercer lugar con su cuento «Tom the Rock», una distopía de sobrepoblación.
Tom es la estrella pop británica contratada como la figura protagónica de la campaña publicitaria para promover Dernierespoir, el anticonceptivo usado por el gobierno del Estado-mundo con el objetivo de parar los nacimientos por veinticinco años. Pero la humanidad se ha condenado a sí misma, cuando, finalizado su plan antiniños, se percata que las mujeres han quedado infértiles. La historia se ve influida por los tumultuosos años sesenta: la aparición de los controles modernos de natalidad, la revolución sexual, los Beatles y la explosión de la publicidad comercial.
Castillo expande su universo con Inti Huamán o Eva again (1983), la primera novela de ciencia ficción dominicana. En ella, Inti, una india andina boliviana e hija de un minero residente en Ciudad Guevara, se embaraza convirtiéndose en la madre de la nueva humanidad. Con Inti Huamán… no solo tenemos a la primera obra de formato largo de ciencia ficción criolla (que le seguiría muy de cerca la segunda novela dominicana del área, Una casa en el espacio,1985, de Josefina De La Cruz), sino la primera incorporación del elemento indígena al género local, aunque no taíno.
El universo de la novela está dominado por el occidente europeo y anglosajón como el poder geopolítico de esta humanidad que se ha expandido por el sistema solar. Una humanidad de ficción igualmente marcada como la nuestra por las advertencias neomaltusianas de la época, motivadoras de varias de las políticas públicas de control natal de los sesenta y setenta en plena guerra fría. Este temor a una catástrofe de sobrepoblación estuvo presente en gran parte de las distopías de la época. Hablamos de novelas como ¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! (1966), de Harry Harrison; La fuga de Logan (1967), de William F. Nolan y George Clayton Johnson, y Todos sobre Zanzíbar (1968), de John Brunner.
Por igual, el miedo antinatalista domina a la Tierra corporativa y tecnócrata de Castillo, pero el autor nos localiza su salvación en el sur subordinado. En la ruralidad andina, Inti, una analfabeta del subdesarrollo, nos rescata de la infertilidad que se presentía perpetua hasta la extinción, en medio de un espectáculo mediático atestiguado por toda la Tierra y sus colonias. Aunque existe un guiño. Inti es embarazada por su propio hermano. Su descendencia está condicionada por la endogamia y sus consecuencias deformantes, como nos describe Castillo:
Intinuninani, ponme dos brazos sobre los hombros, dos en la cintura, y con el otro sujétame las piernas. ¡Quiero sentirme abrazado a ti! Ahora, con una de tus bocas muérdeme el cuello, con la otra bésame y con la última háblame de amor. Ahora, mírame con tus ojos. Desvía uno hacia los míos, otro hacia mi pelo y cierra los otros para que concentres tu esfuerzo en mi amor por ti. ¡Ah, Intinuninani, qué bueno es el amor!
La nueva humanidad es aberrada ante los ojos de la vieja. La ruptura del status quo global, anquilosado y anacrónico, implica una nueva definición de lo humano.
Más allá de Inti Huamán… y Una casa en el espacio, la producción de CF dominicana es escasa en las últimas décadas del siglo veinte. Solo algunos cuentos y microrrelatos aislados representan al género y, dentro de este, Inti Huamán… queda como la única exponente de ciencia ficción neoindigenista en el siglo que finaliza. Lo taíno (y el poco representado resto de lo precolombino dominicano) sigue siendo dominado por el fantasy infantil. Pero con el nuevo milenio, el auge de la ficción especulativa audiovisual, de videojuegos, historieta y literaria toca a la República Dominicana también. Colecciones de cuentos, novelas y el reconocimiento de la crítica y la academia en forma de estudios y premios, tanto nacionales como internacionales, marcan la escena literaria local; en la cual, el neoindigenismo, tímidamente, hace su aportación.
Encontramos obras como los cuentos «El regalo de Yucahú» y «La sacerdotisa Azteca», de Morgan Vicconius Zariah e «Inicio», de Moisés Santana. Por igual, la Crónicas historiológicas (2014), de Odilius Vlak, nos presenta ucronías con algunos elementos taínos. Además, le damos la bienvenida a «El que viene del agua» dentro de la novela afrofuturista de Rita Indiana, La mucama de Omicunlé (2015). Un enviado de Yucahú, el creador, visita el Santo Domingo de los años noventa; uno de los ejes temporales en que se desarrolla la trama, que es tanto afrofuturista como ecopunk, de CF queer y neoindigenista.
Otro título es La paradoja del Fénix (2018), de Peter Domínguez. En este universo distópico, nos encontramos en un Caribe del año 2300, donde la Nueva República, comandada por el Triunvirato, alberga a los tecnotaínos. Una confederación de caciques autocráticos y sus tribus conformadas por ciborgs criollos, adoradores de la tecnología que la asumen como la nueva magia: la cibermancia. En el centro de la fe, se encuentra el culto a la alteración del cuerpo a través de implantes cibernéticos. La mayoría de estos tecnotaínos residen bajo el domo de Atabex, la ciudad-bohío enclavada en las dunas del sur de la isla de Santo Domingo. El libro de cuentos, nueve en total, comparte un mismo universo narrativo, aunque solo son tres los neoindigenistas: «El areyto del tecnotaíno», «Serpientes de sangre» y «Violencia atmosférica».
Las más recientes adiciones en el devenir «tainofuturista» dominicano son: Quislaona. A dominican fantasy anthology (2022), recopilación bilingüe de 16 cuentos y 4 historietas realizada por Dominican Writers Association, colectivo de escritoras y escritores de la diáspora dominicana en Estados Unidos, en conjunción con Worldbuilding Magazine y Cultura Cómic RD; editada por Zaivy Luke-Alemán. Cada historia seleccionada, a partir de un concurso abierto, es parte del universo compartido de fantaciencia de la isla de Quislaona, antiguamente conocida como Botija. En esta, los pueblos nativos Oníat y Kawara, inspirados en los taínos y arawak, conviven con varias especies de animales antropomórficos, sirenas y seres telépatas; además de los misteriosos viajeros, aparentes alienígenas que han marcado la historia de Quislaona con su tecnología cuasimágica. La siguiente es Viaje al centro de los mitos (2023), de Odilius Vlak, novela weird que reinterpreta como un periplo de ciencia ficción y horror cósmico el encuentro entre fray Ramón Pané y la religión del pueblo taino.
Entonces, hemos visto como el «taínismo» dominicano, de sabor indianista más que indigenista, y que parecía que solo se limitaría a la idealización histórica de inspiración patriótica, cultivada principalmente a finales del siglo XIX, ha seguido vigente gracias a la literatura especulativa nacional. Aunque dentro de esta, la vertiente cognitiva, la ciencia ficción, languidece frente a la producción fantástica, sobre todo la infantil. Aun así, encontramos títulos suficientes para que podamos hablar de una ciencia ficción neoindigenista criolla, mayormente tainofuturista. Escasa pero presente en el escenario literario local y que irá en crecimiento debido al auge de la ciencia ficción dominicana que ha venido teniendo en estos últimos quince años y la fascinación que representa la cosmovisión precolombina para la nueva camada de escritoras y escritores especulativos locales.

