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Destinado al mar

by Redacción

Por Derly Catalina Uribe Martínez

—¿Sabes cuál es mi parte favorita del día, Esteban?

—Hmmm, ¿el atardecer?

—Exacto —proclamo entusiasmado—. ¿Y sabes por qué? Casi a todas horas el mar parece estar conectado con el cielo, siempre infinito. Sin embargo, cuando cae el atardecer, el mar se separa del cielo y me hace sentir que no es tan grande, que no me perderé si me adentro en él.

—¡Qué lindo, Pedro!, pero te repito que ya tengo que irme, mi familia me espera.

—¡Ah! Sí, cierto. Salúdame a Andrea.

—Lo haré.

Veo cómo se aleja Esteban. Cuando este desaparece en una esquina del puerto, vuelvo la vista al mar, contemplando cómo poco a poco el azul profundo de lo alto del cielo va asesinando el suave y bello naranja que separa ese vasto cielo del mar infinito, oscuro y abrumador.

Siempre me han preguntado cómo es que un pescador pareciera temerle al mar. La verdad es que ni yo lo entiendo. Hay algo que me atrae y a la vez me aterra, de alguna manera siento que mi destino se encuentra en el mar, aunque no puedo asegurar que sea un buen destino.

Contemplo el cielo hasta que no queda nada del naranja que separaba el mar del cielo y, entonces, decido regresar a mi habitación. Camino tranquilamente por las calles que separan el puerto del mar.

Mi familia siempre ha sido de pescadores. Nací y crecí en este pueblo costero, rodeado de agua desde que tengo memoria. Algunas veces imaginé otra vida, ir a la ciudad y buscar un trabajo diferente, algo que no tenga que ver con agua o con peces, aún así, el solo pensarlo me llena de melancolía, sé que no sería feliz. También pienso en que debería pedirle a Lina que vuelva conmigo. Ella es la única mujer que ha tolerado mis desplantes y mi falta de interés, pero sé que no sería justo con ella. No es que no la quiera, en verdad la quiero, es una mujer maravillosa, solo siento que no es la indicada para mí y, en el fondo, … ella también lo sabe.

Llego a casa y me recuesto en mi cama mirando al techo ¿Realmente habrá una persona indicada para mí? Tal vez no debería ser tan quisquilloso y hacer feliz a Lina, quizá con el tiempo también logre ser feliz.

*

Llevamos un par de horas pescando. Hemos atrapado algunos ejemplares, pero, en general, no parece un buen día para nosotros. Aunque el cielo se ve despejado, el sol brilla con intensidad y las aguas están tranquilas, los peces parecen alejarse de nosotros. Me encuentro esperando unos minutos después de lanzar la red por décimo segunda vez el día de hoy. Miro por la baranda del bote hacia el mar y no puedo evitar sentirme vacío y confundido ¿Habrá alguien que en verdad me entienda?

De un momento a otro, empieza a llover a cántaros, una precipitación que nos toma por sorpresa. He decidido recoger las redes. Los peces suelen asustarse con este tipo de clima, y la pesca se vuelve una pérdida de tiempo, además, tengo la sensación de que alguien me observa, será mejor regresar.

—Oye, Pedro, Andrea quiere que salgamos este fin de semana a dar una vuelta. Dice que conoce a una amiga que tal vez podría interesarte —me propone Esteban mientras me ayuda a recoger las redes.

—No lo sé, Esteban, sabes que a mí no se me dan las mujeres.

—¡Ay!, por favor, dirás que a ti no te gustan las mujeres, porque muchas de las que conozco creen que eres atractivo. ¡Solo mírate! Acuerpado, 1.80, piel bronceada ¡Las chicas te adoran! Solo que tú eres un patán al que no le importa romperle el corazón a una chica. Quizá la amiga de Andrea sí te haga poner los pies en el piso.

—¡No soy un patán! Es solo que me aburro. No sé cómo explicarlo. Siento que después de un par de citas no tengo nada de qué hablar con ellas; tan profundas como el mar y tan vacías como mis redes.

—¿Pero qué más quieres? Somos pescadores, amamos el mar. Solo estás lanzando tus redes en las aguas incorrectas.

—No lo sé, solo… no es suficiente. A veces pienso que mi destino no está en tierra.

—¡Eres un amargado! Mira…

De repente, el bote pesquero empieza a moverse de manera abrupta, como si un animal hubiese golpeado contra el bote. Me aferro con fuerza, no obstante, las aguas parecen estar molestas con nosotros. El bote se mece bruscamente hasta que caigo al agua. Siempre he sido buen nadador, sin embargo, la corriente me arrastra de un lado a otro y me desorienta. Ya no sé hacia dónde nadar. Lo peor es que la costa más cercana está a unos 3 kilómetros. Empiezo a hundirme y veo mi vida pasar ante mis ojos: todo lo que había hecho bien y lo que no. Siento cómo el agua inunda mis pulmones mientras la oscuridad a mi alrededor se hace cada vez más inminente. De repente, escucho de fondo una voz:

—Resiste —dice.

Distingo una figura que viene hacia mí. En eso, mi conciencia me abandona.

Una bocanada de aire parece golpear mis pulmones. Escupo agua mientras empiezo a recobrar el conocimiento. Al dejar de toser un poco, mi vista se empieza a acoplar y distingo algo: es una mujer, la mujer más hermosa que he visto jamás, de piel morena y cabello oscuro, sus ojos claros parecieran cantarle a mi alma. Comienzo a bajar la vista lentamente y me percato de unos pechos firmes y redondos cubiertos nada más que por mechones de cabello. Luego de unos segundos, sigo el camino hacia una cintura pequeña y una hermosa cola de color naranja… espera, ¿¡QUÉ!?

Grito y trato de apartarme un poco. Ni siquiera sé en dónde estoy. La joven empieza a moverse hacia la orilla de la playa. La chica luce tan asustada como yo, y pienso que no debí reaccionar de esa manera.

—¡Por favor, espera! —le digo mientras trato de acercarme—. No te haré daño, lo prometo.

La mujer voltea a verme y, nuevamente, me embelesa su belleza. Ella se da vuelta y sigue arrastrándose un poco hasta que su cuerpo se cubre hasta los hombros por el agua del mar.

—¡Por favor, detente! Solo quiero agradecerte por salvarme, porque fuiste tú, ¿verdad?

—Sí, fui yo —contestó la chica con una voz encantadora—. Mi amiga y yo vimos que se estaban ahogando y decidimos ayudar.

—¿Estábamos? Es cierto, Esteban, ¿dónde está mi amigo Esteban?

—Mi amiga debió arrastrarlo hasta esta playa. No debe estar muy lejos. Ahora debo irme.

—¡Espera, por favor, no te vayas! Es la primera vez que veo a una sirena. La gente no me lo va a creer.

—¡No! No te lo creerán porque no le dirás a nadie que me viste.

—¿Por qué no?

—Porque la raza humana es violenta y salvaje. Si se enteran que en verdad existimos, empezarán a cazarnos. Mírame a los ojos y promete que no le dirás a nadie.

Mi mirada se posa fijamente en los ojos de aquella chica, y me siento realmente cautivado. Parece que mi corazón se va a salir del pecho, y no soy capaz de resistir a un pedido de su parte.

—Lo prometeré a cambio de que me digas tu nombre.

—Soy Mary.

—¿Volveré a verte algún día, Mary?

—Quizás, algún día… Adiós, Pedro —dice Mary mientras se aleja nadando con su espectacular cola anaranjada.

Me levanto desorientado y entusiasmado por lo que acaba de pasar. Empiezo a caminar por la playa en busca de Esteban, aunque realmente no me concentro mucho en ello. Solo puedo pensar en esa hermosa sirena de piel morena y ojos claros que me robó el corazón. No sé cómo explicarlo, siento que es ella la chica a la que he estado buscando. A lo lejos veo a un hombre sentado en la playa, es Esteban. Salgo corriendo a su encuentro y cuando lo alcanzo digo:

—Hermano, ¿puedes creer lo que nos pasó?

—No, no puedo —contestó Esteban bastante asustado.

—¿Qué te sucede? Sé que fue un buen susto caer al agua. Por un momento, también creí que moriría, pero pensé que estarías feliz de conocer a una sirena.

—Esa cosa no era una sirena.

—¿¡Cómo que no era una sirena!? Si eran mujeres con cola y, por lo menos, la que me salvó a mí tenía la cara más hermosa que haya visto jamás y un cuerpo que mataría de envidia a cualquiera.

—No sé qué clase de criatura fue a tu rescate, pero lo que me salvó a mí era totalmente diferente. Era una criatura repulsiva, con cola de pez y tentáculos por brazos. Tenía figura de mujer y su cara parecía derretida. Al abrir su boca llena de afilados dientes, escuché murmullos, lamentos que parecían cientos de voces provenientes de su interior, y su cabello eran tentáculos llenos de verrugas que parecían tener vida. Fue lo más aterrador que me pasó en la vida. Fue como lo describía el marinero ese, ¿no te acuerdas? El que… —se queda callado.

—Creo que estás en shock. Tuviste una pesadilla o no viste con claridad. Mary me dijo que su amiga vino a rescatarte y, si se parecía al menos un poco a ella, entonces era un ángel.

—¿¡QUIÉN PUTAS ES MARY!? No estás escuchándome. Ese monstruo no era una mujer. No era una sirena. Era una bestia que me habría comido si hubiera tenido la oportunidad.

—No creo que eso sea cierto. Si fuera así, entonces, ¿por qué te salvó?

—No lo sé. Tal vez no le dio tiempo de comerme, pero algo sí te aseguro: no le volveré a dar la oportunidad.

Terminamos nuestra conversación y salimos a buscar ayuda para volver a nuestro hogar. Resulta que estamos a 8 kilómetros de distancia. Los lugareños nos cuentan que es normal que aparezcan hombres en esta playa. Normalmente, se debe a una tormenta que suele hundir los botes y, de alguna manera, la marea los arrastra hasta la playa. Esteban no dice nada, no querrá que lo tomen por loco y la cosa se ponga peor. Cuando éramos niños, un pescador fue encerrado por demencia luego de contar una descabellada historia sobre ser atacado por un monstruo marino. En mi caso, no hablo por la promesa que le hice a Mary.

*

Ya ha pasado un mes desde el incidente en el bote. Esteban no quiso volver al mar y consiguió un trabajo en el pueblo. Le dijo a Andrea que no quería volver a separarse de ella y que prefería quedarse en tierra firme. Yo, por mi parte, estoy pescando como siempre, aunque ahora salgo solo esperando que aparezca mi sirena. Desde que la vi, no he dejado de soñar con ella. No he dejado de pensar en ella y, cada día, salgo al mar esperando encontrarla.

—¡Hola! —pronuncia una voz que proviene del agua, y me asomo para ver si no es solo mi imaginación. Ahí, frente a mí, se encuentra Mary, mi sirena, la chica más bella que he visto.

—¡Hola! Me alegra verte. No he dejado de pensar en ti. No he podido dormir bien por pensar en si te volvería a ver.

—Me pasa lo mismo —dice agachando la cabeza sonrojada y de forma coqueta. Sus pechos alcanzan a sobresalir por el agua y no puedo parar de fantasear con ellos—. Sería tan feliz si pudieras venir conmigo. Siento que te amo.

—Yo también siento que te amo. Nunca había sentido esto por nadie, pero no puedo respirar debajo del agua. Tal vez podríamos vernos en las tardes en este punto. Quiero verte todos los días de mi vida.

Mary me mira con cara de satisfacción y una sonrisa pícara que me hace querer hacerla mía para siempre, aunque no sé cómo podría ser eso posible. Ya no me imagino mi vida sin ella.

—Ven conmigo —dice Mary—, quiero que vivas conmigo. Si me amas, ven conmigo.

—Me encantaría, pero no puedo. No sé respirar debajo del agua.

—Yo puedo darte esa habilidad. Solo tienes que renunciar a tu vida en la tierra. Si estás dispuesto a seguirme, yo te llevaré con mi gente, y tú me darás la posibilidad de engendrar.

—¿Me convertirás en un tritón? ¿Se me caerán las piernas y me saldrá una cola?

—¿Acaso eso te molestaría?

—No, es solo que…

—Necesito tu respuesta ahora, ¿vendrás conmigo?

Sé que es una locura. El renunciar a mi vida en tierra solo por seguirla a ella no suena a otra cosa que un disparate. Pero sus ojos, esos ojos que me penetran el alma, no puedo resistirme a ellos.

—Bien, ¿qué tengo que hacer?

Mary apoya sus brazos en el bote y saca parte de su cuerpo del agua. Puedo contemplar el esplendor de su cuerpo perfecto y me excito en pensar que será mío.

—Solo tienes que jurar que dejaras tu vida en tierra. Si lo haces, te daré un beso y te llevaré conmigo.

—¡Lo juro! —digo mientras Mary se acerca suavemente y me besa como nunca antes alguien me ha besado. Siento que soy el ocaso que se encuentra entre el cielo y el mar. Mary empieza a hundirse de nuevo en el agua, y yo la sigo dispuesto a descubrir lo que me esconde su mágica belleza.

Estamos en medio del agua, y siento que descendemos cada vez más, pero, al estar agarrado a los labios de Mary, no necesito respirar. De repente, Mary empieza soplar sobre mi boca cerrada hasta que alrededor de mi cabeza se crea una burbuja de aire. Ella separa sus labios de los míos. Puedo respirar en la burbuja. Entramos a una parte muy oscura del mar, la que siempre temí, sin embargo, ahora siento emoción, asombro. Mary me conduce hasta una cueva cubierta de cristales de color ámbar que iluminan todo. Dentro de la cueva, hay unos cuantos como Mary. Al fondo, se encuentra un altar. Mary me para junto a ella, y un tritón se posa frente a nosotros. Pronuncia unas palabras en un idioma completamente desconocido. Entonces, ella me mira y dice:

—¡Di, frente a estos representantes de mi especie, que renunciaste a tu vida en la tierra y que quieres ayudarme a procrear!

Me causó vergüenza que ella dijera eso frente a aquellas criaturas, pero, de cualquier manera, respondí

—¡Es verdad! He renunciado a mi vida en la tierra para estar con Mary.

Ella mira al tritón frente a nosotros y asiente. Este le entrega unas algas que ella coloca en mis manos. De repente, mis manos pesan. No puedo moverme y el aire de la burbuja se pone denso. El tritón me carga con facilidad y me coloca en el altar. Luego me quita la ropa y marca un punto en mi pecho con un cuarzo. Entro en pánico y volteo a ver a las demás sirenas y tritones que empiezan a cambiar poco a poco de forma mientras yo sigo sin entender nada.

—¡MARY! ¿QUÉ ESTÁ PASANDO? ¿QUÉ ME ESTÁN HACIENDO?

—No te preocupes, Pedro. Solo es el ritual que necesitamos para convertirme en progenitora.

—Pero… ¿Cómo?… No entiendo nada.

—¿Sabes acaso por qué nuestra especie es un mito para los humanos? Nosotros no nos podemos reproducir de la misma forma que ustedes. Ustedes han contaminado las aguas por siglos hasta el punto en que nuestros machos dejaron de producir el fertilizante que se necesita para incubar los huevos. Nuestra especie se redujo casi hasta la extinción hasta que una sirena de nuestro pueblo encontró la solución.

—No entiendo de qué me hablas, ¡Suéltame por favor!

El terror me invade por completo cuando veo que la cara y cuerpo de Mary cambian hasta verse exactamente como la descripción de Esteban y de aquel marinero loco. De repente, siento una punzada en el pecho. El cuarzo que sostenía aquel tritón me había atravesado. Vuelvo a mirar a la sirena, la cual ahora parece un monstruo. Quiero hablar, pero no puedo. La burbuja de aire se redujo al punto de sentirse como una bolsa plástica en mi cara.

—Verás. Los hombres que no tienen a una mujer en su corazón son manipulados por nuestra voz y por nuestros ojos. Entran en un hechizo en donde ven a su mujer ideal en nosotras. Mientras el hombre enamorado nos ve de la manera en que tú me ves ahora. Un tritón necesita consumir la sangre del corazón de un hombre y los testículos. De esa manera, genera los cromosomas que necesita para fertilizar los huevos que ponemos. Pero no podemos tomar la sangre por la fuerza, ya que, de esa manera, los huevos se rompen antes de nacer o el espécimen que nace no dura mucho tiempo con vida. Por eso, necesitamos que el humano entregue de forma voluntaria su vida, para que los huevos se desarrollen correctamente.

—Pero… yo… no quería morir… yo… creí en ti.

—Y te agradezco profundamente, Pedro, gracias a ello ahora podré engendrar y preservaremos la raza un poco más.

El dolor va desapareciendo poco a poco. Mi cuerpo se entumece y veo cómo el cuarzo abre un poco más mi pecho mientras mi mente se hunde en la oscuridad de este mar. Me doy cuenta de que nunca le dije mi nombre a Mary, pero ella lo sabía. Lo sabía porque nos estaban siguiendo. Ella atacó nuestro bote, me puso en peligro y luego me salvó para poder hechizarme.

Exhalo lo que sé que es mi último suspiro mientras pienso: «Después de todo no me equivoqué, no era un buen futuro, pero… sí estaba … destinado al mar».


Derly Catalina Uribe Martínez (Soacha, 1995) Escritora colombiana. Ha publicado microrrelatos en las redes sociales de la editorial Palabra Herida y ha participado en diversas antologías, como Retazos del tiempo con su historia «Un vestido para Leila».

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