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Ladrones de padre

by Redacción

Por Belkis M. Marte

Siempre prometía cosas que no cumplía. Un padre ausente, inexistente, pero fuerte y siempre héroe. A veces el niño escuchaba el llanto de su madre, lloraba en las mañanas y en las madrugadas, ser como ella no era opción. Él prefería ser como su padre, fuerte; salvar vida en ambulancia y batear home runs como sus compañeros de la escuela cuando iban al parque con sus progenitores. Montarse en la ambulancia de él se había convertido en el motivo de su existencia, pero eso no sucedía: el trabajo, la ausencia. Cuando lo extrañaban, él y su madre tomaban un cuadro con un pedazo de periódico donde el padre era reconocido como ciudadano ejemplar de la ciudad. El héroe salvador de niños decía el encabezado. Tu papá, decía la madre quitándole la imagen de las manos para besarla, así el niño no veía la desgracia en la parte de atrás del periódico.  Los dos abrazaban la añoranza en el enmarcado. Ella lloraba, pero el niño, no.

«Cuando mi amiguito batea la pelota, su papá le da un high five con la mano abierta y bien en alto», le contó un día el niño al padre con los ojos llorosos. Los hombres no lloran, repetía el padre y le prometió que lo iba a llevar al parque Crotona, en el Bronx, a jugar béisbol; el niño le creyó. Recordó las veces en que se les iban los ojos al ver las fotos que sus compañeros de escuela mostraban; ellos bateaban, los padres lanzaban y las ausencias se multiplicaban. Tú nunca vas conmigo, dad, prometes, prometes y no cumples. ¡Mentiroso!

Cachetadas. Ojos furiosos. Labios partidos. Más cachetadas, y empujones, ojo amoratado.  Uno, dos, tres, cuatro, cinco swings… ¡Ustedes creen que yo soy un vago, tengo que trabajar fuerte para pagar los biles y comprar todo lo que ustedes necesitan y además, ¿también tengo que ir al fucking parque contigo?, once, doce, trece… continuaba contando el niño mientras golpeaba al aire con el bate. ¡Tu madre no trabaja, she could go with you! Pero su madre no lanzaba la pelota como él. Con la madre los demás chicos se burlaban. Con la madre el bate pesaba mucho más y la pelota se nublaba en el aire. ¡No me ignores, pendejo, que te quito el bate y te lo rompo en la cabeza!, gritó el padre antes de volver a desaparecer! Your fucking job!, gritó el niño repetidas veces cuando corría a encerrarse en su cuarto. Todavía contaba, veinte, veintiuno…

Horas después, cuando la oscuridad era irremediable, se abrió la puerta de su habitación. Era la madre. Miró a su hijo tendido en la cama dormido, y se dio cuenta de lo rápido que habían pasado esos nueve años.  Observó las paredes golpeadas por sus rabietas y, su bate verde colocado sobre su mesita de noche, frente a la foto de A-Rod y, en la ventana, escrito con crayola verde, «Malditos ladrones de padre», decía en letras temblorosas y a penas legibles. El niño despertó y al ver a su padre, en vez de abrazarlo, se alejó de él sentándose en medio del high riser que le había comprado su madre cuando ya tenía edad para dormir solo en una cama. El niño abrazó sus piernas y sobre ellas descansó la barbilla. ¡Fantasma!, gritó. ¡Ausencia! y empezó a temblar sin control como perro mojado. Hubiera deseado un abrazo, un perdón. Pero, solo vacíos, ausencias. Quiso que llorará arrepentido de su rudeza, que el padre lo abrazara, lo besara como cuando él era más pequeño, pero él no era débil como su madre. Él bateaba como A-Rod.

Boca hinchada, temblores. Lloros ¡Mentiroso! Perdóname. Ladrones de padre. No sé qué pasó. Es que tú no entiendes, no entiendes. No puedo tomar días libres cada vez que quiera, aunque lo desee, no puedo. ¡Ladrones de padres! Perdóname mijo. Mañana es Independence Day, mañana nos vamos temprano al parque, lo prometo. ¡Mentiroso! No hijo, digo la verdad. El primero que se despierte, despierta al otro. Perdóname, hijo. ¿Prometido?, prometido, hijo. Give me five! ¡Te perdono, papá, te perdono! ¿Con quién jugaré? Los niños no quieren jugar conmigo cuando voy con mamá. Vio al padre sonreír como reía antes, antes, muy antes cuando el niño ya no recuerda. Y pensó que le había servido para algo el labio partido. Prometido. Verás que iremos, no te preocupes. Y, además, ¿cómo es que no vas a encontrar con quien jugar? El parque está lleno de niños. Y de burlas, dad. ¡Burlas que rompen cabezas! dijo el niño golpeándose el centro de la mano izquierda con el puño apretado de la derecha. No te preocupes. Si te cansas de jugar con otro niño, entonces jugaré contigo. El niño sentía un vacío. Era su sueño. Prometido. No me falles, dad. Esta vez no me falles. Un cuatro de julio con su héroe, con los fuegos artificiales, con las banderas, con las chuletas en la parrilla, hot dogs con su padre. Abrazos y besos a pesar de la falta y del dolor que sentía en sus labios. Sabía que como siempre el padre, se quedaría dormido, pero no le importaba, estaría con él el cuatro de julio y eso era suficiente. ¡Finalmente contigo, dad!, repetía el niño con miedo de mostrar la tristeza que le daban las dudas de otra ausencia, de otra promesa incumplida, de que la madre le pichara y los demás se burlaran, de que el padre le pegara por extrañarlo. La tristeza de no volver a verlo. Ella se había puesto unos lentes oscuros, pero no cubrían todos los moretones. Él quiso pedirle que se fuera. Que no le había hecho nada. Que lo dejara solo con su padre. Que no viniera con lloriqueos ni cuentos. Pero la miró avergonzado. Sus húmedas miradas se abrazaron con dolor. Con la oración: «mañana iré al parque con papá», en la mente, se quedó dormido.

Cuatro de Julio, dijo el niño al despertar. Recogió el bate, el guante y la pelota. Cogió del armario su gorra roja de los Yanquis, una chaqueta de A-Rod, que la madre le hizo creer que el papá le compró, la vez que se le partió el diente peleando en la escuela, y una bandera de los Estados Unidos, más grande que él. Salió al pasillo, todo estaba silencioso y oscuro. Le dieron ganas de batear la oscuridad, las burlas de los otros niños, fantasmas que lo acechaban. Pero la última vez que lo hizo la madre se quejó de una costilla rota.

Caminó despacio por el pasillo hacia el cuarto de sus padres, sin ruido. Se guiaba con las manos en la pared. Bateó con un swing el ángel de la guarda que su madre le regaló en las navidades pasadas. El ruido que hizo al quebrarse le aceleró el corazón y un ¡coñazo! se le deslizó de los labios. Sus brazos saltaron al aire con coraje tumbando la foto familiar que estaba en la pared.  Sus compañeros de escuela lo decían. Siempre estaba de torpe. ¿Por qué se ríen, mamá? La foto tenía un rayón al nivel de la cara del niño. Era una foto de los tres abrazados, del cuatro de julio de cinco años atrás, cuando el padre cumplía y la madre solo reclamaba. Estaban riendo a carcajadas en un parque que no era, Crotona Park. El cuadro dorado se rompió esparciendo por todos lados migajas del pedazo de vidrio que le quedaba. Tomó uno de los pedazos en sus manos, quiso apretarlo como se aprieta un cuello para matar, quería ver sangre, pero lo soltó, iba al parque y necesitaba la mano sana, para batear los lanzamientos del papá. Planeó decirle a su papi que saque una foto, o muchas fotos de los tres en el parque para suplantar esa otra. Echó los pedazos cortantes hacia un lado con los pies, extrañado de que su padre no haya salido a golpearlo al escuchar el ruido. No sé a quién le tiene miedo mamá que siempre cierra la puerta. La empujó con el bate. La puerta gritó, miró a todos lados, papá no estaba. Su lado vacío, como siempre. El niño despertó a la madre con un batazo en la mano que le colgaba fuera de la cama, ella soltó un grito y él, satisfecho, sintió que era el home run que siempre quiso batear. Ella, después de mirarlo asustada, lo abrazó y lo subió con ella a la cama. Dios mío, mi niño…

¡No, mamá, se me arruga la ropa!, dijo manoteando. Recuerda, ¡hoy vamos al parque!, gritó él. Ella abrió los ojos. ¡Diantre! ¿Otra vez?, preguntó. ¿Qué pasó?, ¿dónde está papá? Papá no está hijo. ¿Recuerdas? No estaba. ¿Otra vez el trabajo?, preguntó él. Ella no respondió. Parecía orar a la vez que lo miraba temerosa. ¡Su trabajo me odia, mamá!, dijo repetidas veces. Se arrancó de los brazos de la madre. Ladrona de padre. Forcejeos a cuatro manos. ¡No te acerques! ¡No te atrevas, si no quieres que te mate! ¡Tú no sirves para nada mamá, papá se muere y tú no dices ni haces nada! Ahora tú serás mi pelota. Levantó el bate y con todas sus fuerzas lo dejó caer en la cabeza de la madre varias veces.

Después, cuando no hubo más súplicas, cuando no hubo más movimientos la miró y sonrió al sentir una gota de sangre resbalar por el puño izquierdo. Tomó su mochila con todo lo que había preparado para llevar al parque con el padre. Luego corrió. De sus ojos salía un río que entraba por la camiseta empapada en dolor. Gritó, una y otra vez, ¡Te odio papá!, ¡Nunca más te creeré!, ¡No te creeré! ¡No soy bueno en nada! ¡Quiero batear como bateaban José Guillen, A-Rod y mis compañeros de clase! Quiero batear como ellos. Ven y lanza tú, papá. Pero no estás. Solo está esa, maldita, que no sabe lanzar, miente.

Salió del apartamento. Tomó el elevador. Contando todos los números de los pisos, para no explotar de rabia. Veintitrés, veintidós, veintiuno, veinte, diecinueve…tres, dos, uno… y salió del edificio dejando estallar la puerta de la calle. En Bryan Avenue no había ni un alma. Cruzó corriendo y sin mirar. Al cruzar East Tremont Avenue se escucharon las llantas de los carros frenando. El ruido del tren cinco, trataba de arrullarlo como lo arrullaba su madre en las noches de ausencia paterna. De momento el niño sintió el corazón ajado. ¿A dónde se fue mamá? ¿Dónde está papá?, se preguntó. Se sintió solo y quiso llorar más. Pero no era débil, él no era de llanto, y continuó la carrera en el medio de la calle. El sol de julio empezaba a subir, ya derretía. Las banderas ondeaban, como ondeaba el corazón en su pecho. Una mano que lo agarraba, lo apretó contra un corazón que latía a punto de estallar. Comenzó a contar y no supo en qué número fue que sintió el abrazo de un Toyota Camry rojo por la espalda.

Él y su madre flotaban en las nubes. Quiso ver los fuegos artificiales del Cuatro de Julio. Había mirones que se tapaban la cara para que el asombro y la tristeza no le penetraran el rostro. Un desamparado gritó: ¡el niño se metió, he was running like crazy!

Sus juguetes estaban regados por todos lados. Un policía agarraba su mochila. Fuegos artificiales, en la esquina de Boston Road con la 175. De debajo de la goma derecha, salía la punta del bate verde. El niño y su madre siguieron flotando entre la muchedumbre que cada vez era más grande. Se escuchaba la bocina de una ambulancia. El niño buscaba a su padre entre la multitud y el ruido de la que él creía que era la ambulancia de su héroe. Vamos al parque mamá, papá vino a buscarnos. Su padre también estaba en las nubes, el niño abría los brazos, no entendía. Abrió los ojos, miró al paramédico y dijo papá, para cerrarlos de nuevo. Volvió a ver a su madre, iba del brazo del padre, que miraba hacia atrás y decía, tu tiempo no ha llegado hijo, Nos vemos algún día. El padre y la madre continuaban alejándose de él. Abría y cerraba los ojos, veía en la cara del paramédico, el rostro del papá. Escuchaba voces. Dad, ¿a dónde van? Lánzame la pelota, lo prometiste. Se durmió de nuevo y despertó dos semanas más tarde.

Hoy en día, en el parque todos conocen a ese niño grande y huérfano. Él es quien, en muletas, juega con todos los niños que van sin padre al parque.


Belkis María Marte Martich. Narradora y poeta dominicana. Licenciada en Ciencias del Comportamiento. Obtiene el segundo lugar del premio de cuentos Juan Bosch (2024), por su relato, «Escribo». Por igual, en 2019 es reconocida por sus contribuciones literarias en los XXlll Premios de Arte y Cultura Fradique Lizardo. Asimismo, en septiembre del 2021, el Gobierno dominicano le concede la distinción de «Dominicana destacada en el extranjero». También es embajadora del colectivo internacional «Arte Poética Latinoamericana», en la ciudad de Nueva York y en la República Dominicana y de la revista Mitaraka de la Guyana Francesa. Como activista, crea rincones de lectura en casas de familias de campos y barrios, 28 hasta ahora, lo cual se ha convertido en su proyecto: «El Tablazo Lee con Belkis M. Marte».

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