Por Ana Rosa Pérez
Había pasado la Navidad. Transcurrían los primeros días de enero. Los Reyes Magos estaban listos para su viaje. El día desapareció y el cielo oscureció. En el callejón de José, Juanito ya se había acostado. No sin antes dejar debajo de la cama que compartía con dos de sus cinco hermanos, un paquete de yerba y un jarro con agua. Pisada con el jarro estaba una carta. La había puesto Juanito. Sus hermanos dejaban que fuera él quien la hiciera. Sus letras eran bien legibles. En ella decía, qué tipos de juguetes querían. Sus dos hermanas dormían en la otra cama que estaba en la habitación. Cada una había pedido una muñeca grande de esas que hablan y caminan. Las mismas que les habían dejado el año pasado a las niñas de la señora en donde trabajaba su padre como jardinero. Sus hermanos pidieron un camión con luces que corría a control remoto. El bebé no pidió nada, todavía no sabía lo que quería. Lo que le dejaran le da lo mismo. Y él, Juanito, pidió la bicicleta que siempre quiso tener.
Varios infantes del pueblo también habían hecho lo mismo. Además de las yerbas y el agua, algunos colocaron mentas y cigarros, según sus posibilidades económicas. Así se hacía cada año en aquel pueblo llamado La Española, en donde vivían. Le llamaban así en honor a una de sus habitantes. Era una antigua moradora del pueblo. Había llegado desde España.
Los Reyes Magos subieron a los gigantes camellos. Unas enormes carrozas repletas de juguetes estaban atadas a los animales. Iniciaron su recorrido. iban envueltos en sus relucientes túnicas. Melchor vestía la de color azul, Baltazar vestía de verde y Gaspar de rojo. Baltazar iba delante guiando a Melchor y a Gaspar. Sus vestuarios se abultaban con el aire y con la rapidez que llevaban. No querían demorar más. Solo tenían la noche para repartir los juguetes. Avanzaron a toda prisa. A lo lejos sus figuras parecían disminuir, se tornaban cada vez más enanas, hasta solo ser puntos que se perdían en el espacio.
Los niños esperaban ansiosos la llegada de los reyes. Sabían que, a muy pocos de ellos, les dejarían lo que habían pedido en sus cartas. Pero, aun así, soñaban con el juguete pedido. Si no les dejaban lo que pedían, sus padres les decían que ya se les habían terminado. Y eso era lo que les quedaba cuando pudieron llegar. Pues venían desde muy lejos repartiendo juguetes.
Casi amanecía cuando Juanito despertó. Se levantó. No dejó espacio abierto ni rincón de la casa que no buscara. No vio nada. Se acostó de nuevo. No podía dormir. Sus ojos parecían dos globos. Estaba pendiente de cada uno de los ruidos que se escuchaban. Gente que transitaban y conversaban, vehículos que a lo lejos circulaban, y algunas algarabías que llegaban desde la calle, de niños que habían salido a exhibir y a disfrutar sus juguetes desde muy temprano. Llegó la mañana y todavía estaba despierto. Los rayos de un sol alegre entraban por las rendijas e iluminaban la habitación. Levantó la cabeza, y con la claridad vio a sus hermanos, notó que aún dormían. Dos lágrimas salieron de sus ojos. Las sintió rodar por sus mejillas. Con ellas lavó su cara acongojada. Permaneció en silencio durante un rato. No tenía ganas de levantarse.
No había pasado mucho tiempo del silencio de Juanito en la cama, cuando escuchó unos toques en la puerta. «¿Quién es?», sonó la voz de la madre. «Soy yo», respondió otra voz que él muy bien conocía. Entonces volvió a levantarse. Salió a la sala. Ahí estaba su tía Glenda. Tenía una funda en las manos. La oyó decir: «Genara, como el callejón es muy angosto, los camellos con las carrozas no pudieron pasar, pero los reyes magos dejaron esta funda en casa. Tiene un mensaje que dice: Para los hijos de José y de Genara». Una sonrisa se dibujó en la cara de Juanito. Gritó a todo pulmón: «¡Muchachos, los juguetes!». Los demás niños no tardaron en aparecer en la sala. Unos minutos después, el callejón de José se llenó de júbilo.
Ana Rosa Pérez (1956, Moca). Egresada de la UASD y jubilada del Ministerio de Educación. Ha trabajado en diferentes proyectos educativos en las universidades UASD y UNIBE. Varios de sus textos aparecen en diferentes antologías. Ha publicado los libros: El manantial de Rosa (poesías), Alejandro (novela), El hombre que se vio a través de la ventana (cuentos), Contando con mi abecedario (cuentos infantiles y juveniles). Actualmente es miembro del Taller Literario Narradores de Santo Domingo (TLNSD).