Camagüey, Cuba, septiembre 20, 1895.
Señor Federico Henríquez y Carvajal.
Estimado amigo:
Siento la necesidad de dirigirle dos líneas, pues el tiempo de que puedo disponer, siempre ocupadísimo, no me permite escribir una larga y detallada correspondencia, como es mi deseo.
Conoce Vd. mis anhelos, mis aspiraciones y mis miras desinteresadas al tomar parte en esta contienda, emprendida por este pueblo ansioso de derechos y libertades.
Sabe Vd. que enamorado del ideal cubano, que lo es antillano, me he entregado todo entero a amarlo y defenderlo, sacrificando todo cuanto los hombres bien nacidos podemos disfrutar de dulce y consolador: la familia y el hogar.
Sin embargo de todo eso, mi amor a Cuba no ha causado merma en el amor a mi patria, y pienso mucho en el lado bueno que de esta cruenta lucha se le presenta a la República Dominicana.
Bien se comprende que respetándose Santo Domingo en sus tratados con España, no puede cometer la falta de deslealtad, protegiendo nuestros propósitos; pero, como las leyes estrictas de neutralidad, bien entendidas, no están contrapuestas con las leyes y deberes humanos, creo que Santo Domingo puede y debe, hasta para su propio provecho, abrir sus puertas y brazos a tanto elemento emigrante de este país, que no puede permanecer en este suelo ensangrentado.
La República Dominicana puede y debe no permitir que se dispersen por el mundo tantos elementos preciosos, que mañana le puede devolver a su hermana, la futura República Cubana, sanos y conservados, con el hábito del trabajo y la práctica de los principios republicanos, si, como es de suponer, la paz mantiene en esa tierra el espíritu nacional en reposo, para el desarrollo del progreso en todas sus manifestaciones.
Para todo eso debe Vd. aconsejar a los hombres de la situación —sus amigos— que vale la pena que el gobierno haga algunos sacrificios, que al fin no lo serán, para la protección de la emigración cubana. A poco que estudiamos el mapa, vemos que Santo Domingo es el llamado a ejercer, sin disputa y sin compromisos, la obra grandiosa de ayudar a salvar a Cuba para las Antillas.
En cuanto a la campaña, ella se sostiene favorable a las armas republicanas, lo que Vdes. pueden deducir de todo lo que publica la prensa enemiga, con cínica falsedad, si se cuidan de juzgar a la inversa los relatos de hechos de armas.
Y en cuanto a mí, me encuentro querido y respetados (sic) de los cubanos en mi puesto de General en Jefe, y rodeado de una juventud decente, ilustrada y entusiasta, de todas las comarcas de la Isla.
Acabamos de constituir Gobierno, lo único y principal que nos faltaba para ser verdaderamente fuertes, y ya podemos decir que está asegurada la revolución y solamente lo que nos queda que hacer es luchar hasta triunfar.
Sin que parezca jactancia de parte mía, porque no soy hombre de esas cosas, pero debo decirlo para satisfacción de mis compatriotas, que la Constituyente ha querido darme la Presidencia, pero yo he rechazado la proposición, primero, porque me considero incompetente para tan alto destino, y segundo, porque considero que esa altísima representación debe recaer sobre un cubano.
Como yo soy el blanco principal del odio español, y sobre mi personalidad se asestan tantos ataques, le envío copia de una “Circular que he dado, que se cumple al pie de la letra, y con la cual he respondido aá la diatriba española. Ojalá la publique Vd.
Saludo en Vd. a mis amigos todos, y créame su affmo. amigo,
M. Gómez.