¡DOMINICANOS!
El déspota PEDRO SANTANA, el enemigo de vuestras libertades, el plagiario de todos los tiranos, el escándalo de la civilización, quiere perpetuar su nombre y sellar vuestra vergüenza para siempre, con un crimen casi nuevo en la historia. Este crimen es la muerte de la Patria. La República se vende en el extranjero y la bandera de la cruz, muy pronto, ya no ondeará sobre vuestras fortalezas.
He creído que estoy cumpliendo con un deber sagrado, poniéndome a cargo de la reacción que impida la ejecución de tan criminales proyectos y ustedes deben concebir, por supuesto, que, en este movimiento revolucionario, no hay riesgo para la independencia nacional ni para sus libertades, cuando se organizan por el instrumento que la Providencia utilizó para izar la primera bandera dominicana.
No te haría este recordatorio que mi modestia rechaza, si no me viera obligado a hacerlo por las circunstancias; pero usted conoce bien mis sentimientos patrióticos, la rectitud de mis principios políticos y el entusiasmo que siempre he tenido por ese país y por su libertad; y, no lo dudo, me harás justicia.
He puesto un pie en el territorio de la República, entrando por el territorio de Haití, porque no he podido entrar por otra parte, requiriendo así la buena combinación; y porque estoy convencido de que esta República, con la que ayer, cuando era un imperio, luchábamos por nuestra nacionalidad, está hoy tan comprometida como nosotros, que la conservemos gracias a la política de un gabinete republicano, sabio y justo.
Pero, si la calumnia busca pretextos para mancillar mi conducta, responderás a cualquier acusación, diciendo en voz alta, aunque sin jactancia, que YO SOY LA BANDERA NACIONAL.
¡COMPATRIOTAS! Las cadenas del despotismo y de la esclavitud te esperan: es el regalo que te da Santana para entregarse al goce pacífico del precio de ti, de tus hijos y de tus bienes: rechaza tal ultraje con la indignación de un hombre libre, dando el grito de reproche contra el tirano. Sí, contra el tirano, contra Santana y solo contra él. Ningún dominicano, si alguien lo acompaña, es capaz de semejante crimen a menos que esté fascinado.
Hagamos justicia a nuestra raza dominicana. Sólo Santana, el traidor por excelencia, el asesino instintivo, el eterno enemigo de nuestra libertad, el que se ha apoderado de la República, es el que tiene interés en este tráfico vergonzoso, es el único capaz de llevarlo a cabo para ponerse al mando. Excepto por sus males, él es el único responsable y criminal de los crímenes contra la patria.
¡DOMINICANOS! ¡A las armas! Ha llegado el día de salvar, para siempre, la libertad: venid. ¿No oyes el grito de la afligida Patria que te llama en su ayuda? Vuela en su defensa, salva a esa hija favorita de los trópicos, de las ignominiosas cadenas que su descubridor se llevó a la tumba. Muéstrense dignos de su país y del siglo de la libertad.
Demuéstrale al mundo que eres parte del número de esos pueblos indómitos y belicosos que admiten la civilización por costumbres, goces con menoscabo de sus derechos, porque esos goces son cadenas de oro que no mitigan el peso, ni borran la infamia.
¡DOMINICANOS! ¡A las armas! Derrocar a Santana: derrocar la tiranía y no duden en declararse libres e independientes, enarbolando la bandera cruzada del veintisiete y proclamando un nuevo gobierno que reconstituya el país y les dé las garantías de libertad, progreso e independencia que necesitan.
¡Abajo Santana!
¡Viva la República Dominicana! ¡Viva la libertad!
¡Viva la independencia!
20 de enero de 1861