Por ENRIQUE A. SÁNCHEZ
El conde Jan Potocki nació en el seno de una familia de nobleza terrateniente, en 1761, en una Polonia desgarrada y gastada por las ambiciones de sus poderosos vecinos: Prusia, la cual crecía incontenible por el Oeste y de igual manera así por el Norte; el viejo Imperio austrohúngaro, que presionaba desde el Sur, y la Rusia de los zares, siempre amenazante tras las dilatadas estepas del Este.
Pero corrían en Europa los vientos de la Ilustración, y la familia Potocki quería para sus hijos algo más que una educación provinciana. A los doce años, el joven Jan fue enviado a Suiza con su hermano Severin, donde los adolescentes se iniciaron en estudios literarios y lingüísticos en dos importantes centros de cultura francesa: Lausana y Ginebra.
Dicha formación suizo-francesa –mientras desde París llegaba el espíritu renovador de la Enciclopedia, publicada por D’ Alembert y Diderot entre 1751 Y 1772- definió la vida de Jan Potocki. Quiso saberlo todo y conocerlo todo; fue ganado, por lo pronto, por la lengua francesa, en la que iba a dejar toda su obra. Aunque a su regreso a Polonia, como muchos otros nobles de su tiempo, se inició en la carrera militar… pero en el ejército austrohúngaro.
Esta nueva decisión contribuyó a moldear su personalidad: el viejo imperio dirigido desde Viena tenía fuertes intereses en el Mediterráneo a través de sus puertos sobre el Adriático. Potocki fue enviado a combatir a los piratas berberiscos que actuaban desde Argel. El exótico mundo musulmán lo sedujo, y el Manuscrito así lo demuestra. Su obra cumbre: Manuscrito encontrado en Zaragoza.
Pero ya era un intelectual enciclopedista, y la carrera de las armas no estaba hecha para él. Volvió a Polonia, donde el rey Estanislao II –sostenido por Catalina la Grande, la zarina que transformó Rusia- estimulaba las reformas progresistas y era, él mismo, un flamante masón. En 1788 –vísperas de la Revolución Francesa-, Potocki se hizo tiempo para abogar por la liberación de los siervos en la Dieta polaca y participar, además, en el primer viaje en globo que cruzaba a Europa, desde Polonia hasta Francia.
Ya era padre de dos varones –el segundo nació, justamente, en 1788- y había alternado con los enciclopedistas en París.
Poco después, en 1791, pudo asistir a una sesión de la Asamblea Nacional Francesa donde adhirió con entusiasmo al espíritu moderado de las primeras etapas de la Revolución. Otra vez en Polonia, instaló en su palacio una ‘imprenta libre’’ para difundir folletos revolucionarios con los que procuraba influir sobre el rey Estanislao. Había conocido la España liberal de Carlos III, y soñaba con un mundo dirigido por intelectuales progresistas a través de su influjo sobre los reyes.
Pero las tensiones sociales y políticas, que se agudizaban en Europa, ya no resultaron del agrado de Potocki: el plebeyo y jacobino de la Revolución Francesa lo desilusionó; al mismo tiempo, su amigo, el rey Estanislao, era obligado a abdicar por presión del ejército ruso mientras Polonia desaparecía del mapa.
Poco después, sin embargo, otro amigo suyo –el príncipe polaco Adam Czartoryski- fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores por Alejando I, coronado emperador de Rusia en 1801. Y Potocki llegó a San Petersburgo para trabajar en la sección de Asuntos Asiáticos del Ministerio.
No permaneció, claro está, demasiado tiempo en la capital: al año siguiente se incorporó, como organizador de un grupo de científicos, a la embajada que el zar envió hasta China. a su regreso publicó una jugosa Memoria y quedó como consejero privado de Alejandro, mientras sus dos hijos mayores -Alfredo y Arturo- ya luchaban en los ejércitos de Napoleón contra el zar de Rusia. En 1812, Alfredo cayó prisionero… y tuvo que ser salvado por la influencia de su padre ante Alejandro.
Pero el avance de los franceses sobre Moscú había despertado el patriotismo de quienes soñaban –aun en privado- con una Polonia independiente, y Jan Potocki y su amigo Adam Czartoryski solicitaron autorización para dejar el servicio del zar.
Envejecido prematuramente –tenía cincuenta y cuatro años-, Potocki se refugió en su biblioteca provinciana, donde se enteró, en junio de 1815, del derrumbe definitivo de Napoleón y del fin de las ilusiones liberales en toda Europa. Todos sus esfuerzos habían resultado estériles. Con paciencia de artesano, limó una pieza de plata maciza hasta convertirla en proyectil para su pistola, y se la puso en la cabeza el 2 de diciembre de ese mismo año.
Le habían faltado fuerzas para esperar la resurrección de las ideas liberales en el Viejo Mundo y, sobre todo, la revolución romántica que él mismo anunció, con su obra y con su vida, y que inundaron Europa –otra vez desde París- en 1830.